(Desde Barcelona, España).- En el aula 3 del centro cultural CaixaForum emplazado en la antigua fábrica textil que edificó el arquitecto Josep Puig i Cadalfach se distinguen conversaciones en tres idiomas: catalán, castellano y francés. Son las lenguas que hablan los asistentes atraídos por la presentación de la novela gráfica muda “Seguir dibujando” y por la historia de Corinne Rey, “Coco”, sobreviviente del atentado contra la redacción de la revista satírica parisina Charlie Hebdo que dejó 12 muertos y “una herida para siempre”, como ella evalúa.
El público se calla cuando la viñetista de 40 años se acomoda en el estrado, de espaldas a una pantalla que reproduce sus trabajos. Aunque es una víctima y así la describe el entrevistador Javier Pérez Andújar, “Coco” no toma ese papel, sino la de la dibujante combativa que desea crear con la misma libertad de siempre como modo de vida, y de homenaje a sus colegas perseguidos y asesinados aquel 7 de enero de 2015.
A Rey le tocó el rol que nadie querría desempeñar aquella jornada mortal para las libertades de prensa y de expresión. Estaba saliendo de Charlie Hebdo cuando los hermanos extremistas Chérif y Saïd Kouachi la interceptaron, y le dijeron que iban a vengarse de los que habían caricaturizado al profeta Mahoma (en una portada de la publicación).
Luego le apuntaron con sus armas y le notificaron que la matarían si no los llevaba hasta la oficina del semanario. En una fracción de segundo, Rey colocó el código en la cerradura, la puerta se abrió y los hermanos Koauchi empezaron a disparar al grito de “¡Dios es grande!”. Ella se escondió y observó cómo masacraban a sus compañeros, entre ellos el editor Stéphane Charbonnier (“Charb”), y los viñetistas Jean Cabut (“Cabu”), Georges Wolinski, Bernard Verlhac (“Tignous”) y Philippe Honore. Después, la Policía mató a los terroristas. Esto ocurrió mientras nacía esa peculiar consigna de protesta que fue “Je suis Charlie” (“Yo soy Charlie”) y que para “Coco” significó “una forma colectiva de gritar ‘no a la barbarie’”.
El libro de Rey que relata esa historia lleva como título lo que atinó a hacer tras el atentado: seguir dibujando. Convertida en la caricaturista principal del diario Libération, la autora dice este jueves en Barcelona que de entrada no pensaba dibujar su versión del ataque, pero que comenzó a hacerlo cuando se dio cuenta de que debía prepararse para comparecer como testigo ante los Tribunales. “Dibujé las primeras secuencias y salí adelante. Tenía todo dentro de mí. Me tomó muchísima energía y noches en vela. Quise decir de manera muda y gráfica, que es mi lenguaje. Y decir en forma justa, honesta e íntima. El libro no contiene imágenes frontales porque me resultaba imposible presentarlas así”, explica.
En “Seguir dibujando”, los Koauchi son dos figuras oscuras y deshumanizadas, sin rostro ni alma. Y las balas no suenan a “bang” sino a “tak”. “Los terroristas están llenos de rabia y de determinación. ‘Tak, tak, tak’ es el sonido que sale de sus armas. Hay un aspecto brutal en los ‘tak’ que escuché y que no expresa ninguna otra onomatopeya”, refiere “Coco”. La dibujante sostiene que, si bien reflejó su visión sobre el ataque, también plasmó la concepción de libertad de Charlie Hebdo, que es su principio rector: “quería contar la pedagogía y la energía que existía entre nosotros. Mis colegas me enseñaban con su mirada y para mí esto también es parte de la historia. Durante mucho tiempo me he culpabilizado por haber estado inerte. Esta impotencia es durísima: te rompe por dentro”.
Monstruo sin exageración
En la edición que prosiguió al atentado, Charlie Hebdo llevó en la tapa a Mahoma con una lágrima y la leyenda: “todo está perdonado”. Habían aniquilado a buena parte del “staff”, pero no al espíritu de esta revista mítica de la sátira política y social, célebre por sus parodias cáusticas de símbolos y temas sagrados sin excepción, desde el velo islámico hasta el general francés Charles De Gaulle. La provocación, la ironía, el humor, la crítica y la denuncia descarnadas transformaron a este semanario de izquierda en un blanco de odio para los fundamentalistas. En 2011, la Redacción de Charlie Hebdo había salido ilesa de una bomba, pero el editor “Charb” vivía con custodia policial y, de hecho, uno de sus guardaespaldas, Franck Brinsolaro, falleció en la balacera descerrajada por los Koauchi.
“Tenemos la risa para superar las situaciones graves de la actualidad. Hay mucho horror en la vida cotidiana, y nosotros lo vencemos dibujando y sonriendo”, afirma “Coco” a la audiencia intrigada por su decisión de continuar, pese a todo. “Después del atentado, dibujamos sin miedo a nada para la resistencia y para no dejarnos sumergir por la violencia”, añade.
La caricaturista relata que ella toma sus temas de la prensa que sigue consumiendo en papel porque las impresiones la ayudan a hacer una lectura de fondo, algo que en la pantalla resulta casi una odisea. Su método de trabajo es la observación y así es cómo construye sus obras: “las cejas y los ojos son el 50% del rostro. El resto sale casi solo. Hacer una caricatura de una figura pública no es sólo representar lo físico, sino también el carácter y la personalidad. Trato de capturar la imagen que sale de estos personajes”.
Sin duda existe, según “Coco”, la tentación de hacer a los políticos más feos de lo que son: “(Donald) Trump es tan caricaturesco que nos hace el trabajo él solito. Con (Vladímir) Putin no tienes la impresión de que estás exagerando cuando lo dibujas como un monstruo. Te puedes divertir con estos personajes, como sucede con Marine Le Pen, pero no debes hacerlos simpáticos porque son amenazas para la democracia”.
Efecto perverso
En cuanto a los credos, Rey sostiene que la laicidad es un valor fundamental en la historia de Francia. “Soy de las que opina que criticar a las religiones es una forma de respetar a los creyentes y no creyentes. Los cultos son ideas y dogmas, pero no se trata de concepciones intocables: cuestionarlos no hará que alguien deje de creer”. Pero cuestionarlos sigue incitando a matar y a morir en nombre de la fe, como demuestra el caso de Samuel Paty, el profesor de Historia de la periferia de París decapitado en octubre de 2020 por usar imágenes de Mahoma en una clase de libertad de expresión. Luego, una escuela se negó a llevar el nombre de Paty: las autoridades temieron ser víctimas de un nuevo ataque.
“Las heridas (proferidas por los fanáticos religiosos) están abiertas. Y lo seguirán estando”, dice la dibujante. Y agrega: “por eso defiendo la idea de que podamos hablar de todo porque, si no, no podremos hablar de nada. Primero habrá una prohibición para el profeta del Islam, después será otro tema. Debemos seguir siendo combativos para homenajear a los dibujantes perseguidos”.
Según su criterio, si tuviese que preservar todas las sensibilidades, no haría nada. “Aquel o aquella que no esté de acuerdo o que sienta que una caricatura ha superado los límites jurídicos, no puede incendiar o matar, sino acudir a los Tribunales. Es lo único que puede hacer. En su ejercicio de la libertad, Charlie de hecho fue condenado por algunos dibujos y otras veces ganó los procesos”, acota “Coco”, quien advierte que su función es “perturbar y molestar”, y que entiende que eso disguste a mucha gente. Ella trabaja esencialmente pensando en aquellos que se sienten deprimidos por las noticias, con la idea de ayudarlos a ponerse por encima de esa actualidad tan frustrante: “el mundo no va por el buen camino, pero reírse ayuda más que llorar”.
Para Rey las cosas no han mejorado con las redes sociales, sino todo lo contrario, porque la supuesta libertad de expresión infinita que prometían se ha revelado como un espacio plagado de desinformación, agresividad y “populismo”, donde no existen las referencias que permiten entender los mensajes, como sí ocurre con Charlie Hebdo y cualquier otro órgano de prensa. “Es un efecto muy perverso, en especial en Twitter”, opina. Y afirma que ella no habría clausurado la cuenta de Trump en aquella plataforma, aunque no se considera precisamente su amiga. “Se trata de un megalómano que dice tonterías, pero creo que no corresponde censurarlo. Hay que dejar que ‘los Trump’ se expresen porque luego esas palabras son pruebas para atacarlos. Suprimir una cuenta es algo intolerable, sea quien sea”, asegura la dibujante.
La peripecia de Trump en Twitter corrobora para “Coco” que la libertad ni ningún otro de los derechos humanos pueden ser selectivos, aunque a veces eso ponga a prueba hasta el más convencido. Ella entendió hasta qué punto ha de llegar la tolerancia mientras procesaba la matanza de 2015: “estábamos en el fondo del pozo cuando ocurrió lo de Charlie y continuamos trabajando para tratar de elevarnos en esa circunstancia tan trágica. No me gusta la palabra ‘resiliencia’, pero tengo la sensación de que cada uno hace lo que puede con sus traumas y de allí viene mi libro, ‘Seguir dibujando’”.